jueves, febrero 22, 2007

Deseos de cosas imposibles

En un pequeño y carenciado barrio de Maldonado, vivía Martín. Un chico que había crecido en el seno de una familia de escasos recursos, en la que si bien él y sus hermanos nunca pasaron necesidades, a fin de mes, nunca sobraba un peso.
La de Martín era una de las pocas mentes sanas que quedaban en aquel barrio, infectado de delincuentes que transmitían su enfermedad a las siguientes generaciones. Habiendo terminado el ciclo básico, Martín se aprontaba a continuar con el bachillerato, el deseo de su padre. A su vez, compartía su tiempo con la pelota.
Desde chiquito, muchos veían a este chico con una promesa a futuro. Sus moñas, gambetas, tacos, caños y enganches, dejaban a más de uno parado, haciendo las delicias de niños y no tan niños, que se acercaban al campito para verlo jugar. Campito que de campo tenía poco...apenas si la vaca de Doña Petrona, una vecina ya mayor, le daba cierto aire de campo a ese terreno pelado, y tan alejado del bullicio de la ciudad.
Todo transcurría casi con normalidad, hasta que un día, llegó un móvil policial. ¿El motivo? Un juez había dado la orden de desalojo para toda la gente que habitaba de manera ilegal, esos terrenos pertenecientes a un acaudalado empresario español.
No había nada que hacer. Los habitantes del lugar ya conocían bien su situación y sabían que algún día, llegaría ese momento. Incluso muchos, habían abandonado previamente el asentamiento, apenas tuvieron una oportunidad, luego de que la justicia los advirtiera.Comenzó así un largo periplo para la familia de Martín. Su padre, Roberto, peón en una obra, y su madre, Laura, desocupada, no tenían muchas posibilidades para reinstalarse en otro lugar. La familia Fonseca debía abandonar la que había sido su casa desde el nacimiento de Jorge, el mayor de sus hijos.
Sin más opciones, volvieron a la casa de la madre de Laura, lugar donde habían vivido hasta el día en que Laura y Roberto decidieron casarse. La abuela Coca, no tendría problemas en recibirlos. En cambio Roberto se sentía humillado por no haber podido lograr la estabilidad de su familia. Esto le acarreó serios problemas de salud que le impidieron continuar trabajando, por lo que su mujer debió salir en busca de trabajo antes de que la situación se tornara más complicada aún.
Luego de rebotar en más de una decena de lugares, y ya casi sin fuerza, sin esperanzas, un señor le dijo "sí". Era el dueño de una tienda en un shopping de alto nivel. El trabajo consistiría en realizar el mantenimiento diario. El sueldo no era gran cosa, aunque en el momento en que estaban ella y su familia, no podía darse el lujo de elegir.
- Comienza el lunes - dijo el comerciante.
La mujer estrechó su mano, sumamente agradecida y volvió al estacionamiento de aquél monstruo, donde la esperaba Martín.
Cuando salió del centro comercial, vio una multitud alrededor de un muchacho, que se divertía con una lata de refresco. Era su Martín.
Luego de varios días sin jugar al fútbol, extrañando el campito y sus viejos amigos, el muchacho estaba disfrutando de lo que hacía tiempo no podía. Dominaba esa latita como si fuera una pelota, y ante los ojos de todos era un espectáculo increíble.
En ese momento, una camioneta de gran porte, con vidrios oscuros se detuvo cerca del lugar. De ella descendió luego de unos minutos, un hombre impecablemente vestido. Un traje oscuro, de marca internacional, escondía una fina camisa, sudada inevitablemente debido al intenso calor de aquel mes de febrero. Un par de lentes oscuros escondía los ojos interesados y deslumbrados de este hombre que poco a poco se fue acercando a Martín.
- Muchacho! - exclamó al llegar.
Martín sorprendido, no dejaba de jugar con la lata, entusiasmado por la muchedumbre que lo aclamaba.
- ¿Eres capaz de hacer eso con una pelota? - preguntó el hombre, desconocido para Martín, pero al que todos los demás miraban con sorpresa.
- Es... -
- Sí! Es él! - Comentaba la gente en el lugar.
- Claro que soy capaz - contestó Martín a la pregunta anterior.
- Entonces te invito a que vengas conmigo. ¿Están tus padres aquí?
- Sí, yo soy la madre - dijo Laura abrazando a su hijo y marcando presencia.
- Venga usted también señora -
Sin mencionar palabra alguna, y ante el silencio de la multitud concentrada en el lugar, madre e hijo se fueron acercando lenta y temerosamente a la camioneta estacionada metros atrás.
- Disculpe que no me presenté. Soy Julio Mendieta, Secretario del Barcelona, de España -
Los ojos perplejos de los dos invitados, lo miraban sin dar crédito a las palabras del empresario, que ante el silencio reinante, buscaba una respuesta.
- El club español, lo conocen, ¿no? -
- Sí, claro que lo conozco, es sólo que no lo puedo creer - respondía Martín.
- ¿De dónde es? - preguntaba temeraria su madre.
- Es Secretario de un club grande de España, como si fuera Nacional o Peñarol - aclaraba Martín la duda de su madre, que seguía petrificada ante la imponente figura del español.
- Veo que tienes talento muchacho. Nuestro equipo de inferiores se encuentra de visita aquí, hay una copa pronto, como sabrás y estamos invitados. Me gustaría que te probaras en el equipo...- comentaba el empresario, develando su interés.
Martín necesitaba que alguien lo pellizcara, pero sólo tenía a su madre, que yacía estática a su lado, y necesitaba un pellizco más fuerte aún.
- Mañana tenemos un entrenamiento temprano en la mañana, me gustaría que estuvieras allí. ¿Puede ser?
- Sí, solo dígame donde.
- Hagamos una cosa. ¿Tienen locomoción?
- No, no, hace tiempo que no hay trenes en Uruguay. Alguno queda, pero solo para transportar madera y eso... - respondía Laura interviniendo en la conversación, pero totalmente fuera de foco.
- No, vinimos en ómnibus hasta aquí - Martín se encargaba de arreglar la metida de pata de su madre.
- Entonces permítanme que los lleve hasta su casa y mañana pasaremos por tí por la mañana.
Sin mediar palabra, las dos estatuas humanas aceptan la propuesta del español, quien los hace subir a su camioneta, para posteriormente emprender el camino hacia la casa de Martín.
Una vez allí, él y su madre descienden del vehículo, y antes de marcharse, el empresario le vuelve a recordar al muchacho:
- ¡A las ocho estaremos aquí!
Martín asiente con su cabeza e ingresa del brazo de su madre a la casa, donde los esperaba su abuela muy nerviosa.
- ¿Dónde se habían metido? ¡Los busqué por todas partes!
- ¿Qué pasó mamá?
- Es Roberto...
- ¿Qué pasó con él? - preguntaba Laura, mientras un escalofrío le recorría la espalda de punta a punta.
- ¡Se mató!

(Se supone que lo seguiré...)

1 comentario:

Alfredo dijo...

vo! estamos todos locos, te la estás jugando a 2 puntas? Recién te seguí la historia en http://valorquesepuede.blogspot.com
Me volvés mono!!